Luis Fernando Peña aún no escapa de Ulises dos décadas después

En un mundo donde la fama es efímera y los memes superan a los monumentos, Luis Fernando Peña descubrió la fórmula de la inmortalidad: convertirse en rehén de su propio personaje. Dos décadas después de que “Amarte Duele” se estrellara contra la psique colectiva como un telenovela filmada con filtro sepia, el actor confirma que “Ulises” —ese Romeo proletario que hizo llorar a medio México— sigue campando a sus anchas por su vida, su hogar y hasta su declaración de impuestos.

La ironía es deliciosa: mientras Peña intenta labrarse una carrera seria en el teatro (actualmente actúa en “La señora presidenta“), los fantasmas del pasado le gritan desde los arbustos. Vecinos anónimos vociferan “Ulises” bajo su ventana como si fueran la banda sonora viviente de su propia comedia trágica. Su hija, criada en este surrealismo cotidiano, ya asume que su padre es un ente esquizofrénico respondiendo a dos identidades. “Papá, ¿por qué te llaman como el héroe de Homero?”, debe preguntarse la inocente criatura mientras los millennials borrachos le rinden culto al santuario de su jardín.

Y así, entre anécdotas que oscilan entre lo entrañable y lo perturbador (¿qué clase de fans merodean una casa de noche?), el actor encarna la paradoja perfecta: el éxito es una maldición disfrazada de nostalgia. Mientras el cine mexicano sigue produciendo dramas olvidables, “Amarte Duele” perdura no como película, sino como fenómeno sociológico: una reliquia de los tiempos en que el melodrama era tan exagerado que rayaba en lo profundo. ¿Moraleja? En la era del contenido desechable, hasta el kitsch puede convertirse en arte involuntario. O en una pesadilla recurrente para su protagonista.

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