Las represas de Puebla, un cóctel de plástico y buenas intenciones

En un giro irónico digno de una distopía ecológica, las presas Necaxa, Nexapa y Tenango en Puebla se han convertido en el escenario perfecto para una tragicomedia ambiental. Científicos de la BUAP y el IPN, en un arrebato de creatividad burocrática, descubrieron que el agua no solo moja, sino que también viene con una generosa dosis de aditivos plásticos, cortesía de nuestra adicción al consumismo desechable.

El proyecto, bautizado con un nombre tan largo como el listado de contaminantes encontrados, promete “mejorar la calidad del agua” mientras estudia cómo sacarle provecho económico al lirio acuático, esa planta invasora que ya cubre el 80% de una represa. Porque, claro, en lugar de prevenir el desastre, mejor lo convertimos en artesanías y abono. ¡Economía circular en su máxima expresión!

El geocientífico Ignacio Muñoz Máximo, entre muestras de agua y rocas, intenta descifrar cómo los fluidos meteóricos corticales (término elegante para decir “el agua de lluvia que se filtra”) arrastran contaminantes. Mientras tanto, los municipios aledaños siguen usando este cóctel químico para regar cultivos, porque nada nutre mejor las hortalizas que un buen chorrito de microplásticos.

El lirio, ese villano ecológico que asfixia la vida acuática, resulta ser también un héroe inesperado: acumula metales pesados y alimenta invertebrados. ¿La solución? ¡Biodigestores! Porque si no puedes vencerlo, mételo en una máquina y véndelo como producto “sostenible”. Las comunidades, encantadas, aprenderán en talleres participativos cómo transformar el desastre en macramé y compost, mientras las represas siguen acumulando los desechos de nuestra civilización.

En resumen: el agua está contaminada, las soluciones son parches dorados, y el lirio es el chivo expiatorio perfecto. ¿El verdadero problema? Seguir creyendo que la tecnología nos salvará de nuestra propia idiotez.