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El milagro verde que intenta salvar a Neza de su propio cemento

Un oasis verde emerge en el corazón de Nezahualcóyotl, desafiando el asfalto con un experimento japonés.

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En un giro irónico digno de los dioses prehispánicos, Nezahualcóyotl —ese monumento al caos urbano donde el concreto venció al lago Texcoco— ahora alberga un experimento botánico que parece sacado de un manga ecologista. Mientras las autoridades celebran este “bosque de bolsillo” como si fuera el Arca de Noé, los vecinos miran con escepticismo cómo 1,500 plantas intentan sobrevivir en un mar de pavimento y cumbias a todo volumen.

El método Miyawaki, esa técnica japonesa que convierte fábricas en jardines, llega a “NezaYork” como un misionero del siglo XXI. Aquí, donde el aire huele a tacos y gasolina, los voluntarios cavan con fervor religioso, imitando sin saberlo a los antiguos mexicas que alguna vez cultivaron chinampas en el mismo lugar. La diferencia es que ahora el suelo no es fértil: es un cadáver salino que necesita resucitar con compost industrial y buenas intenciones.

Nicolás Corral, el silvicultor chileno que dirige esta cruzada verde, explica con entusiasmo cómo las plantas competirán por sobrevivir como si estuvieran en un reality show botánico. “Maximizarán interacciones”, dice, mientras los estudiantes universitarios —cuyo futuro pende de un hilo más delgado que estas raíces— escuchan entre fascinados y resignados. Al fondo, Lupita, la empleada administrativa convertida en sacerdotisa ecológica, recuerda los cerros verdes de su infancia, ahora devorados por la mancha urbana.

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Lo más hilarante de este proyecto no son los agaves luchando contra el smog, sino la idea de que un bosquecillo de 600 m² pueda combatir la “isla de calor” de una ciudad construida sobre sal y desesperación. Andrea Guzmán, la urbanista detrás del proyecto, admite con candidez que esto no es “la píldora mágica”, aunque los políticos locales ya preparan los discursos para inaugurar su “pulmón verde”. Mientras tanto, las fábricas siguen vomitando humo a dos calles de distancia.

En un guiño tragicómico, las especies elegidas —cactáceas resistentes como los propios nezatlenses— parecen una metáfora perfecta: sobrevivirán contra todo pronóstico, aunque nadie las riegue después de tres años. Como los habitantes de Neza, acostumbrados a que las promesas se marchiten más rápido que estos árboles. Quizás dentro de 30 años, cuando este bosque alcance la madurez, alguien recuerde que aquí hubo un lago antes de que llegaran los políticos con sus máquinas de hacer colonias.

Lo cierto es que este experimento, por pequeño que sea, es un acto de rebeldía poética: un dedo verde levantado contra el gris del progreso mal entendido. Aunque, como bien advierte Guzmán, “esto no salvará a Neza”. Pero al menos les dará sombra para esperar el apocalipsis climático con mejor vista.

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