Internacional
Gaza arde entre promesas rotas y bombas con sello israelí
Mientras el mundo mira hacia otro lado, Gaza se convierte en el escenario de una tragedia escrita con bombas y diplomacia fallida.

En un espectáculo que combina la precisión quirúrgica de un cirujano con la delicadeza de un elefante en una cacharrería, Israel ha decidido que la mejor manera de liberar rehenes es convirtiendo Gaza en un paisaje lunar. Mientras tanto, Donald Trump, en su gira por Oriente Medio como si fuera una estrella de rock (pero sin el carisma), asegura estar “pendiente de Gaza” entre canapés en Abu Dabi, donde la única hambruna que conoce es la de atención mediática.
Las autoridades de salud gazatíes, expertas en contar cadáveres entre escombros, informan que los últimos bombardeos israelíes han dejado un saldo de 108 personas muertas, la mayoría mujeres y niños, porque nada dice “presión estratégica” como convertir parques infantiles en cráteres. Netanyahu, por su parte, promete “más por venir”, porque en su manual de guerra, la solución a todo es siempre más bombas, como si Gaza fuera un videojuego donde reiniciar el nivel solucionara el bug humanitario.
Mientras los hutíes en Yemen reciben su dosis diaria de “diplomacia israelí” (léase: misiles), los gazatíes hacen cola para comer entre escombros, en una coreografía macabra donde los niños compiten por un puñado de arroz como si fuera el último episodio de “Los Juegos del Hambre”, versión realista. Israel justifica el bloqueo humanitario como si fuera una táctica de negociación, aunque todos saben que es más fácil encontrar un unicornio que un convoy de ayuda cruzando un checkpoint militar.
Trump, el autoproclamado “negociador más brillante del siglo”, asegura que está “resolviendo crisis globales” entre selfies con jeques, mientras Gaza espera que su milagro llegue en forma de un tweet salvador. Mientras tanto, la ONU reabre cocinas comunitarias porque, al parecer, la solidaridad internacional se reduce a repartir migajas mientras los bombarderos despegan con carga fresca.
Netanyahu, en un arrebato de sinceridad inusual, admite que la próxima fase de la operación será “con gran potencia”, lo que en lenguaje bélico se traduce como: “prepárense para que lo poco que queda en pie desaparezca”. Los rehenes, por su parte, siguen siendo moneda de cambio en un juego donde las reglas las escribe quien tiene más drones.
Y así, Gaza sigue siendo el laboratorio perfecto para probar una nueva teoría geopolítica: ¿cuánta destrucción puede soportar un pueblo antes de que el mundo deje de fingir que le importa?

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