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Bad Bunny satura México con una gira que desafía la lógica

El fenómeno musical que colapsó plataformas y redefinió la fiebre por los espectáculos.

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En un acto que confirma que la humanidad ha perdido el rumbo (o al menos la capacidad matemática), Bad Bunny ha logrado lo imposible: vender el aire ocho veces seguidas en la Ciudad de México. El “artista” (entre comillas épicas) no contento con dominar los algoritmos de Spotify, ahora ha convertido el Estadio GNP Seguros en un altar donde 2.2 millones de almas desesperadas clamaron por el privilegio de pagar medio salario mínimo por verlo mover las caderas.

Según Ticketmaster —esa entidad benevolente que nos recuerda diariamente por qué el capitalismo es una broma pesada—, se registraron 7.5 millones de intentos de compra. Es decir, suficientes como para llenar el estadio 15 veces o, en términos más comprensibles, para proveer de papel higiénico a todo el país durante un apocalipsis. Si se hubieran vendido todos esos boletos, el conejo malhablado tendría que cantar hasta el año 2056, aunque probablemente para entonces ya estemos todos escuchando IA generada por nostalgia.

Lo más hilarante es que, según las estadísticas, el 66% de los compradores fueron mujeres. ¿Será que Bad Bunny es en realidad un experimento social para demostrar que el patriarcado puede ser derrocado… por un tipo que canta sobre “dame un besito”? Mientras tanto, el 34% de los asistentes son jóvenes entre 18 y 24 años, lo que explica por qué nadie cuestiona pagar $3,000 pesos por ver un pixel en una pantalla gigante.

Y no podía faltar el detalle glorioso: el 45% de los boletos fueron comprados por habitantes de la CDMX y el Estado de México. Es decir, la misma gente que se queja del tráfico y la contaminación ahora planea saturar aún más la ciudad… en diciembre. Porque nada dice “navidad” como pasar cuatro horas atrapado en Periférico para escuchar “Tití Me Preguntó” en loop.

Eso sí, aplaudamos la innovación tecnológica: SafeTix, el sistema que evita la piratería… porque ni los revendedores quieren lidiar con este caos. Si esto es el futuro de la música, quizá deberíamos considerar volver al canto gregoriano.

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