Un adolescente cae víctima de la guerra absurda entre motos y balas

MONTERREY, NL.- En otro capítulo de la épica tragicómica nacional, donde las motos sustituyen a los caballos y los balazos a los discursos, un adolescente de 16 años fue “desvinculado” abruptamente de su vida por expertos en balística anónimos. El escenario: Apodaca, un municipio donde la estadística de homicidios compite con el fútbol por el título de “pasión popular”.

El protagonista involuntario de esta farsa macabra respondía al nombre de Carlos, aunque en el gran teatro de la violencia mexicana, las víctimas rara vez reciben crédito en el reparto.

La función comenzó puntual a las 21:50 horas, cuando un elenco de encapuchados decidió que el drama familiar de la calle Río Grande necesitaba un giro inesperado. ¿El recurso narrativo? Disparos al aire, porque en México hasta la muerte tiene que ser espectacular.

Tras el impactante primer acto, los familiares improvisaron como equipo de rescate, llevando al joven a la Clínica 66 del Seguro Social, donde los médicos, veteranos de esta guerra sin gloria, firmaron el acta de defunción con la resignación de quienes conocen el guión de memoria.

Mientras tanto, los uniformados llegaron para cumplir su papel protagónico: acordonar la escena, tomar fotos y preguntar a los vecinos cosas obvias, en un ritual tan predecible como inútil. Los testigos, expertos en este género narrativo, repitieron el estribillo de siempre: “Fue una moto, eran dos, dispararon y se fueron”.

En un giro irónico digno de Swift, los servicios periciales recolectaron evidencias que probablemente descansarán eternamente en un archivo, mientras el verdadero servicio pericial ocurre en las redes sociales, donde los ciudadanos juegan a ser detectives entre memes y fatalismo.

Así concluye otra función del circo nacional, donde los payasos llevan armas, los trapecistas caen sin red y el público sigue aplaudiendo, convencido de que el espectáculo debe continuar.