Policías de Colima paralizan labores exigiendo dignidad y mejores condiciones

En un giro irónico digno de un guion distópico, los custodios de la ley en Colima han decidido que, si el Estado los trata como ciudadanos de segunda, actuarán en consecuencia: paralizando sus labores. Desde el viernes por la noche, estos modernos Quijotes con placas han declarado un paro técnico, dejando al descubierto la fragilidad de un sistema que pide heroísmo pero ofrece migajas.

Mientras la gobernadora Vizcaíno delega en emisarios tan poderosos como un trámite burocrático, los agentes exigen su presencia directa. “¿Acaso creen que negociamos con chatbots?”, cuestionan los uniformados, en una metáfora involuntaria sobre un gobierno que parece operar con inteligencia artificial de los noventa.

El absurdo alcanza su cúspide cuando revisamos los números: Colima lidera los índices nacionales de violencia (272.58 delitos por cada 100 mil habitantes), pero sus gladiadores urbanos deben conformarse con aumentos salariales que ni siquiera cubren la inflación de los tacos. Mientras, las policías municipales disfrutan de mejores prestaciones, en lo que solo puede describirse como una jerarquía del abandono.

La cereza del pastel: la gobernadora prometió confianza el primer día de su mandato. Hoy, esa palabra suena tan hueca como un discurso político en año electoral. Mientras tanto, el silencio oficial ante el paro sugiere que, en el gran teatro de la gobernabilidad, los policías son actores secundarios… hasta que el escenario arde.