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La Iglesia clama por los niños mientras el crimen les ofrece empleo con prestaciones

La fragilidad de la niñez mexicana expone las grietas de un sistema que prefiere sermones a soluciones.

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Foto: El Universal. (Nota: expresión de preocupación adquirida en taller de actuación para eclesiásticos, módulo ‘Lágrimas a Pedido’)

En un comunicado que combina la retórica celestial con la inacción terrenal, la Iglesia católica ha redescubierto el agua tibia: los niños mexicanos están siendo devorados por el crimen organizado como si fueran tacos de canasta en hora pico. La institución que durante siglos administró el monopolio de la culpa ahora reparte diagnósticos sociales con la precisión de un meteorólogo ebrio.

“Los menores son el futuro”, declaró el arzobispado mientras ajustaba su alba de seda italiana, “aunque preferimos no mencionar que ese futuro actualmente cotiza mejor en los mercados de sicarios que en las escuelas públicas”. El documento, impreso en papel de algodón egipcio para mayor ironía, señala que la violencia les roba la inocencia a los niños, omitiendo que la misma Iglesia tiene departamentos enteros dedicados a ese rubro desde el medievo.

En un giro tragicómico, los príncipes de la curia responsabilizan a “toda la sociedad” del problema, estrategia brillante para diluir responsabilidades entre 130 millones de mexicanos mientras sus propias diócesis amasan fortunas en bienes raíces. “Es hora de actuar”, proclaman desde sus palacios barrocos, donde el único niño admitido es el de Belén (y en estatus de figura decorativa).

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La perla final: “Construyamos entornos justos”, exige la institución que durante décadas protegió a pederastas bajo el manto divino. Si la hipocresía generara electricidad, el Vaticano podría iluminar el planeta entero hasta el juicio final (que según sus cálculos, siempre está a 50 años de distancia).

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