Coparmex revela el circo electoral donde faltaban payasos y sobraban pretextos

En un espectáculo que bien podría titularse “La Democracia en Rehabilitación”, la Coparmex desenmascaró el esperpento de unas elecciones judiciales donde las casillas aparecieron más tarde que el arrepentimiento de un político corrupto. Según su informe –un documento que oscila entre la crónica forense y el parte de guerra–, el 30.9% de los sitios de votación funcionaban con equipos tan incompletos como las promesas de campaña, mientras que otro 3.7% brillaban por su ausencia, como la transparencia en los gobiernos estatales.

Los observadores empresariales, esos héroes anónimos armados con libretas y paciencia franciscana, documentaron proezas administrativas: en Durango, los paquetes electorales se extraviaron con la misma facilidad que el patrimonio público; en Chiapas, los bloqueos comunitarios demostraron que algunos prefieren cerrar caminos antes que abrir diálogos; y en el Estado de México, la puntualidad fue sustituida por esa vieja costumbre local de hacer las cosas “ahorita”.

Pero el verdadero premio a la creatividad institucional se lo llevó el INE, que reinterpretó el protocolo con la flexibilidad de un contorsionista: “¿Seis funcionarios por casilla? ¡Con tres basta!”, parecen haber gritado mientras recortaban requisitos como si fueran partidas presupuestales. Mientras tanto, en Guerrero, la logística electoral se desenvolvía con la precisión de un borracho bailando ballet, combinando inseguridad rural con desorganización artesanal.

Y como en todo gran drama mexicano, no podía faltar el toque de realismo mágico: en Veracruz, el acarreo de votantes compitió en audacia con la intervención de funcionarios, recordándonos que algunas tradiciones –como el clientelismo– son más resistentes que el concreto armado. Coparmex, en su papel de narrador incómodo, nos regaló así la fábula perfecta: un sistema que celebra elecciones con la eficiencia con que un burócrata evita trámites.