La democracia enfrenta su prueba más compleja al elegir jueces

La elección histórica de integrantes del Poder Judicial en Veracruz dejó al descubierto las contradicciones de un sistema que pretende ser participativo pero choca con la realidad ciudadana. Doña Lety, una votante en la Ciudad de México, resumió el dilema al confesar: “A unos candidatos los conocía, en otros voté de mole y dulce”. Esta anécdota revela un problema sistémico: ¿Cómo esperamos que los ciudadanos elijan a sus jueces cuando el sistema no fomenta una verdadera conexión entre electores y candidatos?

La jornada electoral, que requirió hasta 15 minutos por votante en algunas casillas, plantea preguntas incómodas: ¿Estamos midiendo conocimiento o paciencia? Las sillas colocadas por autoridades electorales podrían interpretarse como un reconocimiento tácito de que el proceso es más un examen que un ejercicio democrático. El senador Manuel Huerta defendió el mecanismo como “perfectible”, pero la verdadera innovación estaría en repensar completamente el modelo.

Las cifras hablan por sí solas: 261 candidaturas para 98 cargos judiciales, con una participación ciudadana notablemente baja. El Frente Cívico Nacional reportó intentos desesperados por inflar la votación, incluyendo acarreo y compra de votos. Esto sugiere que el sistema actual genera más distorsiones que soluciones. La presencia militar en el INE y las boletas no inutilizadas añaden capítulos preocupantes a esta historia.

La paridad de género (50 cargos para mujeres, 47 para hombres) muestra avances, pero ¿qué pasa con la paridad de conocimiento? Quizás la verdadera revolución no esté en quién vota, sino en cómo votamos. Imaginen un sistema donde los candidatos judiciales demuestren sus capacidades en plataformas digitales interactivas, donde los ciudadanos puedan evaluar casos hipotéticos y ver cómo resolverían los aspirantes. La tecnología blockchain podría garantizar transparencia en el proceso, mientras que algoritmos de matching conectarían votantes con candidatos afines a sus valores.

Esta elección debería ser el punto de partida para reinventar la justicia democrática. Como sociedad, enfrentamos una disyuntiva: seguir perfeccionando un sistema imperfecto o atrevernos a imaginar uno radicalmente diferente. La verdadera prueba no es para los votantes, sino para nuestra capacidad colectiva de innovación institucional.