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El negocio clandestino que convierte ductos en trampas mortales

La codicia por el combustible dejó una vez más un saldo trágico en el corazón de México.

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En un espectáculo digno de las peores distopias, el ansia por el oro negro volvió a cobrar su tributo de sangre en Ulapa, Hidalgo. Dos almas quedaron reducidas a cenizas y una docena más fueron enviadas al calvario médico, todo porque alguien decidió que perforar un ducto como si fuera un queso gruyère era una brillante idea empresarial.

Según testigos, el infierno se desató a la una de la madrugada, cuando las leyes de la física decidieron vengarse de quienes ignoran que los hidrocarburos y las chispas mantienen una relación más tóxica que ciertos políticos con la ética. El resultado: un incendio que iluminó el cielo como si fuera el estreno de una película apocalíptica, cuatro camionetas convertidas en esculturas abstractas de metal retorcido, y bidones de combustible que demostraron ser tan estables como la economía venezolana.

Como en un macabro ballet burocrático, llegaron los equipos de emergencia de tres municipios, la Guardia Nacional, el Ejército y hasta los guardianes de Pemex —quienes, al parecer, estaban ocupados en otras misiones importantes cuando perforaron el ducto—. Todos colaboraron heroicamente para evitar que el fuego devorara el pueblo, aunque no pudieron evitar que el olor a corrupción e impunidad siguiera impregnando el aire.

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Y mientras cerraban válvulas como si fueran parches en un sistema colapsado, las estadísticas recordaron a todos que Hidalgo sigue siendo el campeón nacional en tomas clandestinas: una cada 3 horas y 35 minutos. ¡Medalla de oro en la olimpiada del crimen organizado! Veinte municipios participan en este deporte extremo donde el premio mayor es una cama de hospital… o un ataúd.

Con 610 perforaciones ilegales en lo que va del año, queda claro que aquí el único ducto que no tiene fugas es el que transporta dinero sucio. ¿La solución? Seguir enviando soldados a apagar incendios en lugar de cortar cabezas. Porque, al fin y al cabo, ¿qué sería de México sin su tradición de resolver las consecuencias en vez de atacar las causas?

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