El circo fúnebre de un Estado que prefiere velas a soluciones

En un espectáculo digno del más absurdo teatro griego, el gobierno de Chiapas desplegó su repertorio de lágrimas de cocodrilo institucionalizadas para honrar a cinco policías que, tras ser asesinados y reducidos a cenizas por el crimen organizado, recibieron lo único que el Estado sabe dar eficientemente: ceremonias protocolaria con banda de guerra incluida.

Las escenas parecían extraídas de un manual de hipocresía gubernamental: familiares desconsolados recibiendo banderas plegadas mientras, en paralelo, los mismos funcionarios que no pudieron proteger a sus agentes anunciaban con bombo y platillo la captura de un miserable de los cinco asesinos. ¡Proeza digna de una oda homérica!

La agente Brenda Lizbeth Toalá Blanco y sus compañeros fueron paseados en caravana mortuoria por medio estado, escoltados por el sonido marcial de trompetas que, irónicamente, nunca suenan para alertar sobre la inoperancia de las instituciones. Mientras, en Tapachula, el agente Joel Martínez Pérez -a punto de jubilarse- recibió su último homenaje: una viuda y cuatro hijos abandonados a la caridad burocrática.

El colmo del esperpento llegó con el anuncio del helicóptero artillado, solución mágica para una guerra que el Estado perdió hace años. ¿Qué mejor manera de honrar a los muertos que convertirlos en excusa para comprar juguetes bélicos mientras el crimen sigue quemando patrullas?

Entre pases de lista y discursos vacíos, nadie mencionó que estos agentes murieron en una región donde el gobierno federal despliega más recursos para perseguir migrantes que para proteger a sus propios uniformados. La verdadera banda de guerra suena cada vez que un político usa cadáveres como escalera electoral.

Mientras las autoridades se regodean en su teatro fúnebre, los ciudadanos preguntan: ¿Cuándo honrarán a los vivos con algo más sustancial que fotografías póstumas y banderas a media asta?