La épica caída de los caballeros del aire contra el gusano apocalíptico

En un giro tragicómico que parecería sacado de un manual de realismo mágico burocrático, tres valientes soldados de la guerra más absurda del siglo XXI –la cruzada contra el temible Cochliomyia hominivorax– encontraron su fin en un campo de batalla fronterizo. No eran héroes de Marvel, sino empleados de Inversiones 777 S.A., empresa cuyo nombre sugiere más un casino que una operación de bioseguridad.

El Ministerio de Agricultura, en su eterna sabiduría, confirmó que los mártires caían mientras esparcían moscas estériles (sí, leyeron bien: insectos castrados) desde su L-410 UVP-E, aeronave cuyo nombre técnico podría traducirse como “ataúd con alas”. La misión: frenar al gusano devorador de reses, ese villano de película clase B que amenaza con dejar a la industria cárnica más desnuda que político en elecciones.

Entre los fallecidos, dos guatemaltecos y un mexicano, porque en esta comedia negra de fronteras porosas hasta la muerte es binacional. El comunicado oficial, redactado con la frialdad de un manual de IKEA, promete “investigaciones pertinentes”, eufemismo burocrático para “buscaremos chivos expiatorios antes de que salga el próximo escándalo”.

Lo más hilarante: las “moscas estériles” sobrevivieron al impacto. Ironía pura: los insectos diseñados para no reproducirse terminaron outliving a sus dispersores humanos. Mientras la DGAC de Guatemala y México juegan al teléfono descompuesto diplomático, algún genio en Agricultura debe estar calculando cuántas reses salvarán estas tres vidas perdidas en el altar del neoliberalismo agropecuario.

¿Moraleja? En la guerra absurda contra plagas bíblicas, los únicos que realmente pierden son siempre los mismos: los peones mal pagados de este ajedrez absurdo donde el capital vuela y los trabajadores caen.