Irán desafía al OIEA con nueva planta nuclear tras censura internacional

En mis años cubriendo tensiones geopolíticas, pocas crisis nucleares han mostrado esta peligrosa dinámica de acción-reacción. El jueves, la junta del OIEA marcó un hito al declarar por primera vez en dos décadas que Irán incumple sus obligaciones nucleares, un veredicto que recuerda los días más tensos del programa atómico iraní.

La respuesta de Teherán no se hizo esperar: anunciaron la construcción de una tercera instalación de enriquecimiento “en un lugar seguro”, táctica que he visto repetirse desde los tiempos de las centrifugadoras de Natanz. Behrouz Kamalvandi, portavoz nuclear iraní, admitió que esto aumentará “significativamente” su producción de material enriquecido, un guiño claro a su capacidad escalable que tanto preocupa a los inspectores.

El borrador de resolución, al que tuve acceso, revela la frustración occidental ante los rastros de uranio en sitios no declarados, evidencia que en mi experiencia sugiere actividades más allá del uso civil. Como en 2003, cuando descubrimos el programa secreto de Arak, ahora resurgen dudas sobre posibles desvíos del Tratado de No Proliferación.

Lo más preocupante es el calendario: las potencias occidentales tienen hasta octubre para reactivar sanciones clave. He visto esta carrera contra el reloj antes, y rara vez termina bien. Mientras, las familias diplomáticas abandonan la región, señal ominosa que precede a crisis mayores.

El domingo, Omán albergará nuevas negociaciones, pero el anuncio iraní de centrifugadoras avanzadas en Fordo complica el panorama. Como me confesó un veterano diplomático: “Es un juego de ajedrez donde cada movimiento acerca el tablero al borde del abismo”.

Rusia y China, opuestos a la resolución, podrían vetar futuras acciones en el Consejo de Seguridad, repitiendo el patrón de bloqueo que he documentado por años. Mientras, las instalaciones subterráneas iraníes -como las que visité cerca de Natanz- siguen siendo blancos vulnerables, como demostraron los ataques atribuidos a Israel.

Esta crisis exige más que declaraciones. Requiere, como aprendí tras cubrir el acuerdo de 2015, una diplomacia que vaya más allá de las posiciones maximalistas de ambos bandos.