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El silencio de Aguirre resuena más que el grito de gol en EU

Mientras el silencio del técnico habla más que sus palabras, el fútbol se convierte en el telón de fondo de una realidad social explosiva.

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En un acto de equilibrismo olímpico digno de circo romano, Javier Aguirre demuestra que el balón puede rodar sobre charcos de indiferencia. Mientras la Selección Mexicana se prepara para bailar el vals futbolístico en la Copa Oro 2025, Estados Unidos, ese país que sueña con muros pero vive de manos migrantes, se desangra en protestas. Dos mil gritos de indignación servirán de telón de fondo al espectáculo más surrealista: un desfile militar para celebrar que un septuagenario logró sobrevivir otro año en el poder.

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Los Ángeles, esa ciudad donde el sueño americano huele a gas lacrimógeno, recibirá al Tricolor con la misma hospitalidad con que Nerón recibía a los cristianos en el Coliseo. Mientras las redadas convierten calles en cacerías humanas, Aguirre, nuestro moderno filósofo del balón, ofrece perlas de sabiduría: “Que los aficionados digan: perdimos, pero me voy contento”. ¡Magnífico! La nueva fórmula para lavar conciencias: sustituir derechos humanos por goles fallados.

El técnico, ese maestro del arte de esquivar preguntas como Messi esquiva defensas, vuelve a demostrar que en el fútbol moderno lo importante no es marcar goles, sino marcar distancias. “Que se identifiquen con nosotros”, dice, mientras sus compatriotas se identifican con números de deportación. Tras ganar la Nations League (ese torneo que nadie recuerda), México llega con la presión justa: la de mantener la ficción de que once hombres corriendo detrás de un balón pueden tapar las grietas de un sistema roto.

Mientras Trump sopla velas y el país arde, el fútbol nos regala su lección más valiosa: a veces, el silencio no es oro… es complicidad dorada.

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