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El casino clandestino donde las balas y las fichas eran la misma moneda

Un botín surrealista que mezcla azar, violencia y muebles de oficina sale a la luz en Culiacán.

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En un episodio que confirma que México es el país donde el realismo mágico se escribe con recortes de prensa policiaca, las autoridades de Culiacán desmantelaron lo que podría ser la metáfora perfecta de nuestro tiempo: un antro donde las máquinas tragamonedas convivían en armonía cosmopolita con chalecos antibalas y fusiles AK-47. Como si se tratara de una instalación artística sobre el capitalismo tardío, el lugar exhibía 242 dispositivos para succionar esperanzas junto a cajas de “diversas llantas pequeñas para muebles” —seguramente el eufemismo del año para ruedas de la ruleta rusa.

El modus operandi era tan transparente como las 300 bolsas con cableados incautadas: mientras los ciudadanos perdían sus quincenas en pantallas electrónicas, los dueños del establecimiento —expertos en diversificación de portafolios— acumulaban balas como si fueran fichas de póker. “Era un centro de entretenimiento integral”, explicó un oficial que prefirió el anonimato, “aquí venías a apostar tu dinero y, si protestabas, tu vida”.

La operación reveló además el lado más entrañable del crimen organizado: esos gestos domésticos como guardar 186 pantallas en cajas azules (¿sería el color corporativo del narco?) o la conmovedora costumbre de transportar púas de acero en camionetas de lujo, como quien lleva galletas para el café. Particularmente emotivo fue el hallazgo de 25 bandejas de colores —probablemente restos de alguna fiesta infantil donde Pin Pon era un cartucho calibre 9mm.

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Las autoridades no pudieron detener a los sospechosos, quienes demostraron que en México hasta los delincuentes siguen el protocolo de tránsito: primero arrojas las púas, luego activas las intermitentes y haces una maniobra evasiva. La camioneta abandonada con su rifle y chaleco táctico completaba el cuadro: la versión norteña de “Olvidé mi bolsa en casa”.

Este casino del apocalipsis, donde los premios mayores eran balazos y los juegos de azar incluían la lotería de “¿qué cartucho está cargado?”, confirma que la línea entre el crimen y el entretenimiento es tan delgada como un billete de 20 pesos en una ranura de tragamonedas.

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