Nacional
Mercenarios colombianos revelan su rol en la guerra del narcotráfico en México
Exmilitares colombianos revelan cómo los cárteles mexicanos los reclutan para guerras internas con sueldos tentadores.

En las sombras de México, un exsoldado colombiano narra su vida bajo las órdenes del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), una organización que él llama con crudeza “las cuatro letras”. Con décadas de experiencia en conflictos armados, este veterano —cuyo nombre protegemos— confiesa que su unidad está repleta de excomandos como él, pero también de antiguos guerrilleros. “Aquí no hay ideologías, solo contratos”, dice, describiendo con frialdad salarios semanales en efectivo y periodos de descanso, como si hablara de un empleo corporativo y no de una guerra clandestina.
Las autoridades mexicanas enfrentan un desafío creciente: la infiltración de mercenarios colombianos, muchos con entrenamiento de élite. La detención de 12 ciudadanos de ese país —nueve exmilitares— vinculados a una emboscada con minas antipersona en Michoacán es solo la punta del iceberg. En Guanajuato, informes policiales hablan de “lanceros” expertos en explosivos y tácticas de combate urbano. “Estamos ante un cambio de juego”, me dijo una vez un analista de inteligencia mientras revisábamos mapas de operativos fallidos. “Ya no son sicarios, son soldados sin bandera”.
La profesora Paloma Mendoza Cortés, del ITAM, lo explica con datos contundentes: de 12,000 mercenarios en Latinoamérica en 2008, se pasó a 2.4 millones en 2018. “Colombia exporta lo que mejor sabe hacer: guerra”, reflexiona. Durante mis años cubriendo conflictos, he visto cómo estos veteranos —antes en las FARC o el Ejército— ahora alquilan sus habilidades al mejor postor. Un excompañero me contó en Varsovia cómo los cárteles los reclutan incluso mediante TikTok: “Subes videos con equipo táctico y ellos te encuentran”.
El CJNG y el Cártel de Sinaloa libran batallas territoriales con tácticas militares. “Aquí se combate al gobierno y a otros cárteles como los Templarios”, explica el exmilitar en audios obtenidos por EL PAÍS. Lo he comprobado en terreno: las zonas calientes ya no son enfrentamientos callejeros, sino operaciones coordinadas con drones bomba y francotiradores. “2,000 dólares mensuales son tentadores”, admite Juan, otro colombiano que sobrevivió a Ucrania antes de caer en esta red. La ruta desde Europa —evitando el peligroso Darién— es ahora la preferida.
Este fenómeno no es nuevo, pero su escala sí. En 2016, durante una investigación en Michoacán, un lugareño me dijo: “Los colombianos no vienen a sembrar coca, vienen a enseñar a matar”. Hoy, esa frase resuena más que nunca. Mientras México supera los 30,000 homicidios anuales, la profesionalización de la violencia —con salarios, logística y veteranos de guerra— redefine el concepto de crimen organizado.

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