Michel Franco confiesa su adicción al cine en medio del caos político

En un mundo donde la normalidad es hacer cola para subsidios culturales, Michel Franco se erige como el Sísifo del celuloide: nueve películas en quince años, rodando su roca creativa cuesta arriba mientras el sistema le lanza piedras burocráticas. ¡Qué herejía trabajar sin esperar a que el INBAL le conceda una beca!

“Me gusta lo que hago”, confiesa el director con la misma naturalidad con que un adicto habla de su dosis matutina. Lo que comenzó como un tímido romance con el guion se ha convertido en un matrimonio sin posibilidad de divorcio: “A las dos semanas de vacaciones ya estoy escribiendo otra vez”. ¿Acaso no hay ley que proteja a los artistas de su propia productividad?

Mientras el cine mexicano promedio agoniza en festivales de pueblo, Franco ha descubierto el elixir de la eterna juventud creativa: filmografiar fuera de México. Con la elegancia de un diplomático, evade preguntas sobre su próximo proyecto, aunque ya negocia con actores estadounidenses. ¿Será esta la nueva forma de fuga de cerebros? Cambiamos físicos nucleares por directores de fotografía.

El arte de la evasión política

En medio del circo trumpista y sus aranceles contra el cine extranjero, Franco practica el yoga mental definitivo: “No me estreso hasta que los cambios se materialicen”. Mientras sus colegas protestan en redes sociales, él prefiere el silencio… y otro rodaje en San Francisco. ¿Genio incomprendido o maestro del escapismo creativo?

Su secreto: una admirable capacidad para ignorar tanto a los burócratas culturales como a los políticos nativistas. Este ermitaño del celuloide ha sacrificado amistades y redes de contacto en el altar de su productividad. ¿Valió la pena? Las taquillas internacionales responden por él, mientras el cine mexicano tradicional sigue esperando su cheque del EFICINE.