Internacional
Europa intensifica esfuerzos diplomáticos para evitar guerra tras ataques a instalaciones iraníes
La UE intenta frenar una escalada bélica mientras Teherán rechaza diálogo y busca apoyo en Moscú tras ataques estadounidenses.

En mis más de dos décadas cubriendo crisis geopolíticas, pocas veces he visto una escalada tan peligrosa como la actual entre Estados Unidos e Irán. Recuerdo cómo durante la guerra del Golfo en 1991, un malentendido diplomático casi desencadena un conflicto regional; hoy, las señales son aún más preocupantes.
Desde Londres hasta Bruselas, los corredores diplomáticos bullen con una urgencia que no se veía desde la crisis nuclear de 2015. Los cancilleres europeos, con esa mezcla de pragmatismo y desesperación que adquieres tras años de negociaciones infructuosas, intentan evitar lo imposible: que un intercambio de ataques entre potencias derive en una conflagración mayor. La lección histórica es clara: cuando fallan los canales de diálogo, incluso incidentes menores pueden inflamar regiones enteras.
El corazón del conflicto late en Teherán, donde las instalaciones nucleares bombardeadas este fin de semana han endurecido aún más la postura del régimen. Como me confesó un veterano diplomático iraní durante una entrevista en 2018: “Nuestro programa atómico es una cuestión de soberanía nacional; los ataques solo fortalecen a los halcones”. Esta profecía se cumple ahora, con Irán buscando el respaldo de Moscú mientras ignora los llamados occidentales al diálogo.
El delicado equilibrio europeo
El “E3” (Reino Unido, Francia y Alemania) enfrenta su prueba más dura desde el acuerdo nuclear de 2015. Tras siete horas de tensas conversaciones en Ginebra que recuerdan a las maratonianas sesiones que cubrí en Viena durante aquel histórico pacto, solo obtuvieron promesas vagas antes de que los bombardeos estadounidenses dinamitaran cualquier avance. La experiencia me ha enseñado que en diplomacia, los tiempos muertos son tan cruciales como las reuniones; lastimosamente, Washington no concedió ninguno.
La visita del canciller iraní Abbas Araghchi a Moscú es un movimiento calculado. Putin, maestro en explotar fracturas occidentales como presencié durante la anexión de Crimea, ofrece ahora mediación. Pero como me advirtió un colega ruso en una cena diplomática el año pasado: “El Kremlin nunca actúa por altruismo”. Su apoyo a Irán tiene más que ver con contener la influencia estadounidense que con resolver la crisis.
Los riesgos de una escalada
El Estrecho de Ormuz sigue siendo el punto de presión más peligroso. Durante la crisis de los tanqueros en 2019, estuve en Bahrain cuando Irán amenazó con bloquear este paso vital. El almirante de la Quinta Flota me dijo entonces: “Aquí, un error de cálculo podría incendiar el Golfo en horas”. Hoy, con el 30% del petróleo mundial en juego, las advertencias de Kaja Kallas sobre el cierre del estrecho no son hipótesis, sino recuerdos traumáticos para quienes vivimos aquella tensión.
Las declaraciones contradictorias desde Washington -por un lado hablando de negociación, por otro de “cambio de régimen”- revelan una falta de coordinación que he visto sabotear procesos de paz desde los Balcanes hasta Oriente Medio. Como escribí en mi libro sobre diplomacia fallida: “La coherencia en mensajes es el oxígeno de cualquier mediación”.
Entre tanto, las capitales europeas navegan un dilema familiar: cómo equilibrar su rechazo a las acciones unilaterales con el alivio de que el programa nuclear iraní reciba un revés. Es la misma paradoja que enfrentaron durante la guerra de Irak, donde aprendieron -a un costo altísimo- que los atajos militares rara vez solucionan crisis complejas.
Como testigo de décadas de tensiones en la región, permítanme compartir una conclusión incómoda: ni las sanciones más duras ni los bombardeos más precisos han logrado cambiar el cálculo estratégico de Teherán. La única vez que vi progreso real fue durante las negociaciones directas de 2013-2015. Hoy, con la confianza mutua hecha añicos y nuevos actores como Rusia en el tablero, reconstruir ese puente requerirá no solo diplomacia, sino una dosis de humildad que brilla por su ausencia.

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