El arte de desaparecer lo incómodo cuando los números no cuadran

En un acto de magia legislativa digno de Houdini, el Senado hizo desaparecer al Coneval —ese incómodo testigo que insistía en medir la pobreza con datos en lugar de discursos—. Sus funciones, como por arte de birlibirloque, fueron transferidas al Inegi, institución ahora encargada de evaluar qué tan bien luce el emperador sin ropa.

Con 73 votos a favor (y 34 en contra, porque hasta en las dictaduras light hay extras para la foto), se aprobó la reforma tras tres horas de debate donde la oposición descubrió, demasiado tarde, que sus argumentos eran tan útiles como un termómetro en el infierno. Morena, fiel a su estilo «lo que no se ve, no existe», rechazó todas las observaciones con la elegancia de un elefante en una cristalería.

Las leyes modificadas —que suenan tan emocionantes como un manual de contabilidad— ahora aseguran que el Inegi medirá la pobreza con la misma objetividad con que un niño cuenta sus dulces antes de que lo atrapen. ¿Las ventajas? Según el oficialismo, eliminar «duplicidades» (léase: voces críticas). ¿Ejemplos de austeridad? Por supuesto: el Coneval gastaba 9,300 millones de pesos, mientras el Tren Maya cuesta lo que cuesta… pero eso es «inversión histórica».

La oposición, en un arrebato de lucidez tragicómica, advirtió que esto es «el legado de destrucción» del gobierno. Agustín Dorantes (PAN) declaró: «Lo que no se mide, no se puede mejorar… pero claro, ¿para qué mejorar si puedes maquillar?». Anabell Ávalos (PRI), en un guiño involuntario al humor negro, comparó la reforma con «el desmantelamiento de Argentina bajo Milei», olvidando que su partido perfeccionó el arte de robar sin dejar huella.

Mientras tanto, Amalia García (MC) preguntó con sorna: «¿Y los 9,300 millones? ¿Los convertiremos en becas para fantasmas o en otro tramo del aeropuerto que nadie usa?». La respuesta, como todo en este circo, quedará flotando entre la opacidad y el próximo spot propagandístico.