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Espectáculos

La fábula veneciana de Bezos y el circo de los 50 millones

Mientras el mundo arde, los magnates juegan a ser Romeo y Julieta con presupuesto ilimitado.

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En un giro irónico digno de Los viajes de Gulliver, el emperador del capitalismo moderno, Jeff Bezos, y su consorte mediática, Lauren Sánchez, desembarcaron en Venecia no para salvar sus calles inundadas, sino para ahogar a la plebe en champagne y diamantes. La pareja, recién ungida en el altar del consumismo, exhibió sus anillos de boda —probablemente tallados con los sudores de trabajadores amazónicos— en el Harry’s Bar, templo sagrado donde los oligarcas rezan al dios del aperitivo.

Testigos afirman que los recién casados navegaron en su taxi acuático (una metáfora flotante de la brecha social) mientras lanzaban besos al aire, como si fueran monedas a mendigos invisibles. Sánchez, ataviada como una Marie Antoinette posmoderna, lució un minivestido negro que costó más que el PIB de una micronación, mientras Bezos, en su disfraz de hombre común, demostró que incluso una camiseta malva puede valer un salario anual si lleva su aura.

La ceremonia, celebrada en la isla de San Giorgio Maggiore, fue un espectáculo tan exquisito como superfluo: Sánchez, convertida en muñeca humana de Dolce & Gabbana, y Bezos, emulando a James Bond en modo filántropo, reunieron a la corte del reality-show global: desde Kim Kardashian (suma sacerdotisa del capitalismo de la atención) hasta Oprah Winfrey, cuyo poder de validación social podría salvar o condenar almas con un hashtag.

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El presupuesto de este sainete: 50 millones de dólares, suficiente para alimentar a un país pequeño o, en este caso, para que Kygo mezclara beats mientras Tom Brady bailaba con la inocencia de quien ignora que su reloj Rolex equivale a una clínica rural. Eso sí, la pareja —en un gesto que huele a limpieza de imagen— donó migajas a organizaciones benéficas, porque hasta el circo romano tiraba pan al público.

Moraleja: Cuando los amos del universo juegan a ser felices para siempre, el cuento siempre termina con los mismos pagando el pato… y los mismos patos nadando en oro.

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