La improbable hazaña de las tortugas carey en Progreso

En un acto que combina el heroísmo ecológico con la estadística despiadada, un grupo de entusiastas ambientalistas y burócratas marinos lanzaron al océano a 200 inocentes crías de tortuga carey, como quien compra un billete de lotería para alguien más.

Carlos León Alemán, autoproclamado “partero de quelonios”, explicó con solemnidad que estos afortunados reptiles forman parte de los primeros nidos eclosionados de una colección de 137, distribuidos entre el campamento y las playas de Progreso, donde los turistas suelen dejar más huellas que esperanza.

“Es un récord histórico”, declaró con orgullo, omitiendo mencionar que de cada 100 tortuguitas liberadas con pompa y ceremonia, 99 terminarán como aperitivo para peces mayores o víctimas colaterales de nuestra civilización. Pero qué importa, si la norma NOM-162-SEMARNAT-2012 fue cumplida al pie de la letra.

El ritual anual sigue su curso: voluntarios rastrean playas, autoridades colocan cintas prohibitivas que nadie respeta, y los vehículos todoterreno siguen conquistando arenales como si fueran extensiones del estacionamiento de Walmart. Mientras tanto, las tortugas adultas que logren sobrevivir décadas en este planeta cada vez más hostil, volverán fielmente a depositar sus huevos en las mismas costas donde sus padres fueron “protegidos”.

En un giro tragicómico, se insta a la población a reportar nidos no detectados, como si Yucatán fuera un gigantesco huevo de Pascua ecológico. La naturaleza, por su parte, sigue escribiendo su guión absurdo: invierte 15,000 huevos para conseguir 15 tortugas adultas, mientras la humanidad gasta millones en conservación para seguir construyendo resorts frente al mar.