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Espectáculos

La justicia mexicana sella la condena contra Luis de Llano por abuso a Sasha Sokol

Un fallo histórico que marca un antes y después en la lucha contra la impunidad en casos de abuso infantil.

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En un giro digno de los guiones más trágicos de telenovela, Itatí Cantoral alzó la voz para aplaudir el coraje de Sasha Sokol, quien destapó el turbio caso de abuso que vivió bajo el yugo del productor Luis de Llano. La Suprema Corte, en un acto que muchos calificarán de milagro judicial, negó el amparo al magnate del espectáculo, confirmando así su condena por los delitos cometidos contra la entonces adolescente de 14 años.

Con la solemnidad de quien ha visto demasiado, Cantoral —víctima colateral de un sistema que normaliza lo inaceptable— lamentó que la inocencia de Sasha fuera “arrancada a dentelladas por el depredador de turno”. “Gracias a la justicia… si es que podemos llamar justicia a un sistema que tarda décadas en actuar”, ironizó, mientras los reflectores iluminaban su sarcasmo. “Qué valiente es Sasha por recordarle al mundo que los monstruos no llevan capa, sino contratos millonarios”.

La actriz, curtida en las trincheras del espectáculo desde los 16 años, soltó una verdad como puño: “Este caso es solo la punta del iceberg en una industria donde las niñas son fichas de cambio y los abusos, ‘gajes del oficio’”. Ojalá, añadió con una sonrisa amarga, este veredicto sirva para que los próceres de la televisión “piensen dos veces antes de convertir los camerinos en territorios de caza”.

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El fallo de la SCJN, más allá de su peso legal, es un parteaguas tragicómico: establece que en México el tiempo no cura las heridas, pero al menos ya no las prescribe. Mientras De Llano se aferraba a su guion de negación —llegando a tildar a Sokol de “niña fantasiosa”—, la Corte desempolvó su plumario para escribir un final donde, por una vez, el villano no escapa por la puerta trasera.

Sasha, en un testimonio que eriza la piel, desnudó la mecánica del abuso: “A los 14 años solo sabía que algo olía a podrido en el reino del espectáculo… pero nadie me enseñó a distinguir entre un mentor y un lobo”. Hoy, tres décadas después, la justicia le dio la razón. Eso sí, con la eficiencia burocrática que caracteriza a este país: lenta, dolorosa, pero al fin, imparable.

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