Florinda Meza y la polémica que resucitó el fantasma de Don Ramón

En el circo mediático donde los espectros del pasado se visten de clickbait, Florinda Meza —la sacerdotisa de las declaraciones incendiarias— logró lo imposible: resucitar a Ramón Valdés tres décadas después de su muerte, no con flores, sino con el látigo de una entrevista en tierras brasileñas. ¡Qué eficacia la de ciertas palabras para desenterrar cadáveres que ni el tiempo había podido pudrir!

Chespirito, ese titiritero genial que tejía risas como si fueran mantos sagrados, siempre alabó a Valdés como su bufón predilecto. “Era un cometa de talento natural”, proclamaba, mientras el público aplaudía. Claro, hasta que el mismo Gómez Bolaños dejó caer el velo: las “ciertas drogas” fueron el villano en el acto final. Pero no, la verdadera tragedia griega llegó cuando Florinda, armada con el candor de quien cree que los micrófonos son confesionarios, soltó el secreto a voces que nadie quería escuchar.

¿Amistad? Imposible, declaró ella con la frialdad de un notario. Fuera de cámaras, Don Ramón era un extraño, un fantasma incómodo. Y entonces, como en los mejores melodramas, los hijos del difunto alzaron sus espadas (o, en este caso, sus teclados y demandas). Esteban Valdés, el heredero del legado, respondió con un libro que era menos biografía y más estocada: “Con permisito dijo Monchito”, un título que sonaba a disculpa pero olía a venganza.

Y así, la familia Chespirito —esa utopía televisiva que duró 25 años— se desmoronó como un decorado de cartón. Ramón abandonó el barco, dicen, por culpa de Florinda y su sed de poder entre bambalinas. Roberto Gómez Bolaños, el arquitecto de este reino, sonreía; los demás, no tanto. Ironías de la vida: el hombre que hizo reír a millones no pudo evitar que su elenco terminara como un chiste mal contado.