La UE y Irán juegan al ajedrez nuclear con piezas de doble moral

MADRID — En un giro que nadie anticipó (mentira, todos lo vimos venir), la Unión Europea ha redescubierto su pasión por el teatro del absurdo. Kaja Kallas, Alta Representante de Política Exterior de la UE, ha declarado con solemnidad burocrática que están “dispuestos a facilitar” negociaciones para desactivar el programa nuclear iraní, como si se tratara de organizar una cena de compromiso entre dos familias enemistadas.

Mientras tanto, el ministro iraní Abbas Araqchi, maestro del arte de la victimización estratégica, ha acusado a Occidente de “complicidad en crímenes sionistas”, una frase que en el diccionario diplomático se traduce como: “No nos gustan sus bombas, pero esperen a ver las nuestras”. La ironía alcanza su cúspide cuando Irán, campeón olímpico en violaciones de derechos humanos, exige condenas por “violaciones del Derecho Internacional”.

El OIEA, ese club de inspectores con más permisos denegados que un adolescente castigado, vuelve a ser el convidado de piedra. Rafael Grossi, su director, es ahora el villano favorito de Teherán por atreverse a sugerir que quizás, solo quizás, bombardear instalaciones nucleares no es la forma más ortodoxa de hacer diplomacia. Mientras, el G7 —ese grupo de países que nunca ha usado la fuerza para imponer sus intereses (guiño, guiño)— pide “urgentemente” cooperación, como un profesor regañando a un alumno que lleva 20 años copiando en los exámenes.

Lo más hilarante: ambos bandos insisten en que “la diplomacia es la solución”, mientras acumulan munición retórica (y literal) para el próximo round. Una comedia negra donde el telón solo caerá cuando alguien pulse el botón equivocado… o el correcto, dependiendo de a quién le preguntes.