La diplomacia energética entre México y EU redefine el futuro bilateral

La Embajada de Estados Unidos en México ha lanzado un llamado visionario: transformar la incertidumbre regulatoria en un ecosistema de oportunidades energéticas. ¿Y si en lugar de ver las reglas como barreras, las diseñáramos como puentes para una revolución industrial limpia? Laura Sima, directora energética de la embajada, desafiaba el pensamiento convencional al afirmar: “La dependencia del gas natural no es una condena, sino una plataforma para saltar hacia innovaciones binacionales”.

En el Foro MX Innovación Energética surgió una idea disruptiva: imaginar los gasoductos como arterias de una simbiosis económica. Con exportaciones récord de 6.400 millones de pies cúbicos en 2024, esta interdependencia podría ser el laboratorio perfecto para pilotear tecnologías de transición energética. “El norte de México no se industrializó con gas barato, sino con conexiones estratégicas“, reflexionó Sima, invitando a repensar la geopolítica energética.

Mientras Rusia ofrece gas licuado, expertos como Rosanety Barrios plantean una pregunta provocativa: ¿Qué pasaría si el TMEC de 2026 incluyera cláusulas de cooperación tecnológica en lugar de solo comercio? La ventana de oportunidad se estrecha, pero como señaló Barrios: “El tiempo no espera, pero los visionarios sí pueden adelantársele”. Las plantas de ciclo combinado podrían convertirse en hubs de hidrógeno verde, transformando la dependencia actual en liderazgo energético.

Esta no es una simple relación comercial; es un matrimonio geoeconómico que está escribiendo el guion de la próxima revolución industrial en Norteamérica. Como concluyó Sima: “Nuestra alianza no mueve mercados, los redefine”. El verdadero poder no está en los ductos, sino en las ideas que fluyen por ellos.