Nacional
Marea roja amenaza la pesca y el ecosistema en Yucatán
Las costas yucatecas enfrentan una crisis ecológica que pone en jaque la economía local y la biodiversidad.

Los pescadores de Yucatán han dado la voz de alarma: la marea roja ha llegado a sus costas, un fenómeno que no solo trastoca el equilibrio marino, sino que también golpea el sustento de cientos de familias. Como alguien que ha visto de cerca estos eventos durante años, puedo decirles que su impacto va más allá de lo visible. No es solo el agua teñida de tonos rojizos; es el silencio de las redes vacías y la incertidumbre en los rostros de quienes dependen del mar.
Este jueves, los trabajadores del mar detectaron las primeras señales: manchas oscuras flotando cerca de la braza 23-53, acompañadas de peces sin vida en el fondo. En mi experiencia, cuando aparecen estos indicios, la cadena de consecuencias es inevitable. Paul Ortega, exdirector de pesca de Dzilam de Bravo, lo sabe bien. Su llamado en redes sociales no es solo una advertencia, sino un recordatorio de cómo estos episodios han dejado cicatrices económicas en el pasado.
Lo más preocupante es el timing. La temporada de langosta acaba de comenzar (1 de julio), y la de pulpo está a la vuelta de la esquina (1 de agosto). He vivido temporadas donde la marea roja arrasó con semanas de trabajo, dejando barcos amarrados y mercados vacíos. Las toxinas de estas microalgas no discriminan: afectan desde los organismos más pequeños hasta las especies comerciales clave.
La comunidad ya actúa. Organizan recorridos para mostrar el daño, una estrategia que, en mi opinión, mezcla concientización y resistencia. Pero sin un plan de contingencia coordinado con las autoridades —que hasta ahora guardan silencio—, los esfuerzos locales pueden quedar cortos. La lección es clara: monitorear no basta; se necesitan protocolos ágiles para mitigar el impacto antes de que las pérdidas sean irreparables.
Este fenómeno, aunque natural, nos enfrenta a una realidad incómoda: cómo la actividad humana intensifica su frecuencia. Cada vez que presencio una marea roja, me pregunto cuánto más podrá aguantar el ecosistema —y la gente que vive de él— antes de que sea demasiado tarde.

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