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Internacional

El médico de Biden prefiere callar antes que alimentar el circo político

El silencio de un médico desata una batalla legal donde la salud presidencial se convierte en arma partidista.

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El entonces presidente estadounidense, Joe Biden, en North Charleston, Carolina del Sur, el 19 de enero del 2025.

En un giro que nadie vio venir (excepto todos), el exmédico de la Casa Blanca, Kevin O’Connor, decidió que su juramento hipocrático incluía “no alimentar al monstruo de dos cabezas del partidismo”. Ante la Comisión de Supervisión de la Cámara, el galeno esgrimió la Quinta Enmienda con la elegancia de un cirujano evitando un tumor político. Los republicanos, expertos en diagnósticos médicos a distancia (y en perder elecciones), insisten en que Biden firmó políticas “bajo los efectos de la senilidad”, aunque olvidan que sus propias leyes fiscales parecen escritas bajo los efectos de algo más fuerte.

El representante James Comer, detective autoproclamado de la salud cognitiva ajena, declaró que el silencio de O’Connor “prueba una conspiración”. Por suerte, no mencionó ovnis… todavía. Mientras tanto, la secretaria de Justicia Pam Bondi investiga si el autógrafo presidencial fue trazado por una mano temblorosa o por el mismo diablo que inspiró el impuesto a la herencia. Schertler, abogado del médico, recordó a los legisladores que “el privilegio médico-paciente no es un buffet donde se sirven confesiones”.

La comisión, en su afán por “proteger la democracia”, ha citado a medio gabinete de Biden, incluido el perro del exjefe de personal (no confirmado, pero es cuestión de tiempo). Entre tanto, el presidente insiste en que está “más lúcido que un meme de Trump en un tribunal”, mientras los republicanos practican medicina forense sin licencia. ¿El verdadero diagnóstico? Un sistema donde la salud se politiciza más rápido que un tuit de Elon Musk.

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