Nacional
La farsa de la jornada de 40 horas cuando nadie quiere soltar el hueso
El debate sobre cómo reducir la semana laboral divide a sindicatos y gobierno, con críticas a la gradualidad.

Tras una serie de foros que seguramente decoraron algún archivo gubernamental, el gran dilema sobre la reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales se reduce a una pregunta existencial: ¿cómo hacer que parezca un avance sin que nadie —ni empresarios, ni sindicatos, ni el gobierno— tenga que ceder un ápice de sus privilegios? El ejecutivo, en un arranque de realismo mágico, propone estirar el cambio hasta 2030, como si para entonces el planeta —o la economía— siguiera existiendo. La CTM, fiel a su tradición de radicalismo de salón, exige que sea inmediato (pero con letras chiquitas para las pymes, claro).
Raúl Domínguez Rex, vicepresidente de la CTC y experto en declaraciones que nadie escuchará, advierte con lógica impecable: si la reducción es gradual, los patrones simplemente convertirán esas horas “liberadas” en extras mal pagadas. “¿Para qué contratar a alguien nuevo si puedes exprimir al mismo empleado?”, parece ser el lema no escrito del empresariado local. Su propuesta es tan simple como utópica: reducir la jornada de golpe, como si los dueños del capital fueran a renunciar voluntariamente a su derecho divino a explotar mano de obra.
Lo más hilarante —o trágico— del discurso sindical es su insistencia en que “lo ganado no se toca”. Es decir: menos horas, pero los mismos vales de despensa, bonos de puntualidad y demás migajas que disfrazan salarios miserables. Como si la patronal, famosa por su filantropía, fuera a decir: “Claro, trabajen menos, cobren igual y sigan teniendo sus prestaciones”. Aquí no hay revolucionarios, solo vendedores ambulantes de ilusiones.
Y mientras los trabajadores sueñan con tener tiempo para ver crecer a sus hijos —o al menos para dormir seis horas seguidas—, la verdadera discusión sigue siendo cuánto pueden fingir las partes que esto no es otra cortina de humo. Porque en el país donde el “tiempo extra no pagado” es un deporte nacional, reducir la jornada sin tocar el modelo de precarización laboral es como ponerle aire acondicionado a un coche sin motor.

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