El rancho de la vergüenza donde 700 almas vivían como esclavos

En un giro tragicómico digno de una distopía orwelliana, las autoridades mexicanas descubrieron que el “sueño guanajuatense” incluía 700 seres humanos apilados como sacos de fertilizante en un rancho que parecía sacado de un manual del siglo XIX sobre cómo violar derechos humanos con estilo.

La Fiscalía del Estado, en un arrebato de eficacia inusual, decidió que quizá, solo quizá, tener a niños, bebés y adultos viviendo entre trastes sucios y narcóticos no era exactamente el “México próspero” que prometen los discursos oficiales. El hallazgo, por supuesto, fue accidental, como todo lo que descubre el gobierno cuando no está ocupado persiguiendo hashtags o inaugurando obras inconclusas.

Las víctimas, originarias de esos estados del sur que solo aparecen en las noticias cuando hay miseria o balaceras, recibieron la clásica atención integral: una cobija, un discurso y una selfi con funcionarios. Mientras, los responsables —si es que alguna vez los encuentran— probablemente ya estén disfrutando de un respiro legal gracias al sistema de justicia express que tanto ama este país.

Lo más hilarante: el operativo requirió la coordinación de 15 instituciones, porque en México hasta para repartir culpas se necesita un comité. Entre policías, perros rastreadores y bomberos (por si el drama necesitaba más protagonistas), lograron lo imposible: hacer su trabajo. Eso sí, con ruedas de prensa incluidas, porque si no hay cámaras, ¿acaso existe la justicia?

Y así, entre narcóticos, infancias robadas y folletos de “dignidad humana”, México demuestra una vez más que la trata de personas no es un delito, sino un modus vivendi institucional. Eso sí: #TodosSomosDoloresHidalgo… hasta que el trending topic cambie.