Merlier triunfa en un sprint masivo mientras Pogacar retiene el liderato

En un giro digno de una tragicomedia deportiva, Tim Merlier, el velocista belga, se alzó con la victoria en la novena etapa del Tour de Francia, dejando en evidencia que incluso los héroes más temerarios —como Mathieu van der Poel, quien escapó durante 173 km a velocidades propias de una motocicleta— pueden ser devorados por el monstruo del pelotón en el último suspiro. ¡Qué poética justicia para quienes creen que el esfuerzo solitario siempre triunfa sobre la maquinaria colectiva!

Mientras tanto, en el reino de lo predecible, Tadej Pogacar sigue aferrado al maillot amarillo como un niño a su mantita, demostrando que, en este circo de lycra y sufrimiento, los mismos nombres se repiten más que los discursos de los políticos en campaña. Remco Evenepoel, el “niño prodigio”, se conforma con ser el eterno segundón, a 54 segundos del trono, mientras Jonas Vingegaard merodea en cuarto lugar, quizá recordando sus días de gloria como quien añora un verano pasado.

La etapa, diseñada para que los velocistas se repartan las migajas, casi se convierte en el monólogo de van der Poel, quien —en un arranque de romanticismo suicida— decidió que pedalear solo contra 170 rivales era una excelente idea. Spoiler: no lo fue. El pelotón, como un tribunal revolucionario, lo ajustició a menos de un kilómetro de la meta. Así es el Tour: te aplauden por tu osadía y luego te aplastan por tu ingenuidad.

En el capítulo de los caídos, João Almeida abandonó la carrera, víctima de una costilla rota y, seguramente, de la ley no escrita que dicta que cada año alguien debe sacrificarse en el altar del asfalto. El portugués, cuarto en 2024, se va a casa con sus trofeos menores (Suiza, Romandía, País Vasco), mientras el Tour sigue su marcha implacable, indiferente al dolor de los mortales.

¿Moraleja? En el Tour, como en la vida, los mismos suelen ganar, los valientes suelen caer, y el espectáculo debe continuar… aunque sea con ruedas pinchadas y costillas fracturadas.