Mérida celebra su boom laboral mientras el sueño emprendedor se pierde en trámites

En un alarde de optimismo digno de cuento de hadas, la “Ciudad Blanca” se pinta de rosa con estadísticas que celebran su ejemplar formalidad laboral. Según el IMSS, 339,440 almas benditas tienen la dicha de cotizar religiosamente cada mes, aunque nadie mencione cuántos de ellos aún comen milanesas de soya para llegar a fin de quincena.

La alcaldesa Cecilia Patrón Laviada, en un discurso que mezcla realismo mágico con manual de autoayuda, juró que su gobierno “apuesta a la gente”. Claro, siempre y cuando esa gente no pregunte por qué los 14 proyectos de inversión millonarios prometidos se parecen más a espejismos que a fábricas. “Justicia social”, proclama, mientras los créditos para emprendedores requieren más requisitos que un doctorado en burocracia.

Los programas estrella —Mi Primer Crédito, Micromer y el feminista Crédito Mujer a Mujer— suenan tan idílicos como los nombres de una telenovela turca. Eso sí, los talleres en los Centros de Desarrollo Integral enseñan desde tejido hasta robótica, aunque el verdadero arte que dominan los meridanos es el de hacer malabares con salarios que no alcanzan para la canasta básica.

Para colmo, la invitación a “consultar redes sociales” es el equivalente moderno de “vuelva usted mañana”. Mientras la página del ayuntamiento acumula clicks como trofeos, los ciudadanos acumulan facturas. Mérida: donde la prosperidad se mide en cifras, no en platos llenos.