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La Chilindrina y la absurda guerra por los derechos de un personaje

La batalla legal tras el icónico personaje que dividió a la vecindad más famosa de la televisión.

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En el glorioso reino de la televisión mexicana, donde los barriles son de cartón y las risas grabadas suenan más genuinas que los discursos políticos, ocurrió una tragedia shakesperiana: la Vecindad del Chavo se convirtió en un campo de batalla legal digno de telenovela. Roberto Gómez Bolaños, alias Chespirito, el genio que nos enseñó que un adulto disfrazado de niño podía ser más creíble que un diputado prometiendo transparencia, vio cómo su creación se fragmentaba en una guerra de egos y registros de autor.

María Antonieta de las Nieves, la actriz detrás de La Chilindrina, y Carlos Villagrán, el eterno Quico, decidieron que ser eternamente reconocidos por un solo papel no era suficiente castigo. No, ellos querían también la propiedad intelectual, porque ¿qué mejor legado que pelear por los derechos de un personaje que les impediría interpretar cualquier otra cosa en su carrera?

La ironía alcanzó su cúspide cuando María Antonieta registró a La Chilindrina en 1995, argumentando que el suéter chueco y las pecas eran su aporte creativo. “El personaje era de los dos: él le puso el nombre y yo le puse el físico”, declaró, en lo que podría ser la mejor metáfora de cómo el arte colisiona con la burocracia. Así, en un mundo donde hasta las ideas deben tener dueño, Chespirito aprendió que crear un ícono popular no garantiza controlarlo… especialmente cuando los actores involucrados tienen mejor asesoría legal que un narco en extradición.

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El litigio duró dos años, durante los cuales María Antonieta vivió atormentada por la posibilidad de que un juez le arrebatara su alter ego. Hasta que, en un giro digno de El Callejón del Beso, las autoridades dictaminaron: La Chilindrina era suya. Nadie más podría usar esas coletas sueltas, esas gafas de miope fingido. Ni siquiera Chespirito, quien, irónicamente, ya no podía interpretar al Chavo porque su edad lo delataba más que un político con la mano en la caja.

Lo más trágico no fue la disputa legal, sino el distanciamiento humano. María Antonieta nunca pudo despedirse de su mentor. Su último encuentro fue en un aeropuerto de Miami, donde se abrazaron como dos viejos amigos que sabían que la magia de la vecindad se había esfumado entre abogados y registros. Florinda Meza le dio el número de casa, pero las llamadas nunca llegaron. Quizás porque en el mundo real, a diferencia de la televisión, los finales felices no están escritos por guionistas.

Hoy, la actriz sigue siendo La Chilindrina, atrapada en un personaje que la define más que su propio nombre. Y la familia de Chespirito, en un gesto de reconciliación forzada, la invitó a participar en un homenaje. Porque al final, en esta farsa llamada industria del entretenimiento, lo único que importa es quién conserva los derechos… aunque el público solo recuerde las risas.

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