Las autoridades juran que el huachicolero y sus amigos marinos solo jugaban al escondite

En un giro argumental que ni House of Cards se atrevería a plasmar, el Secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, declaró solemnemente que la colusión entre la Marina, la FGR y una red criminal de huachicol es tan real como los unicornios que custodian las reservas de Pemex. “Fueron estas mismas instituciones las que desarticularon la red”, afirmó, omitiendo convenientemente que también fueron ellas las que la articularon durante años.

El funcionario, en un arrebato de creatividad digno de un guionista de Netflix, tuiteó que las investigaciones continúan, pero que no hay “un solo indicio” de complicidad. Claro, porque 2 mil audios grabados donde Don Checo reparte sobres como si fueran dulces en Día de Muertos son solo “ruido de fondo”. ¿Qué sigue? ¿Que los animales exóticos incautados declararán bajo juramento que eran mascotas de oficina?

Según Harfuch, el operativo —que incluyó 32 detenidos, 16 millones de pesos y hasta un zoológico ilegal— es “un hecho sin precedentes”. Y sí, lo es: pocas veces se ve tanta eficiencia para desarticular lo que previamente se articuló con primor. La Marina y la FGR, en un acto de autocanibalismo institucional, se comieron a su propia criatura. Darwin hubiera llorado de emoción.

Mientras tanto, Don Checo, el presunto líder (léase: el chivo expiatorio con mejor sueldo), seguía al teléfono con sus lugartenientes repartiendo órdenes como si fuera el CEO de Huachicol Inc.: “Págale a los de Pemex, avísale a los marinos y, oye, que la FGR nos mande el memo antes del cateo”. Todo esto, mientras las autoridades insisten en que solo era un malentendido. ¿El malentendido? Que alguien olvidó silenciar el micrófono.

En el evento 800 (código para “nos descubrieron, pero hagamos como que no”), un subalterno le recordó a Don Checo que debía cubrir la nómina de servidores públicos. Porque nada une más a un país que un sistema donde el crimen paga impuestos… a los funcionarios.

Así, en el gran teatro de lo absurdo mexicano, las instituciones se felicitan por desmantelar lo que alimentaron, los audios se esfuman como lágrimas en la lluvia, y los ciudadanos seguimos esperando el capítulo donde alguien —quizá los animales exóticos— diga la verdad.