Peregrinos estafados en viaje a la Basílica de Guadalupe

En un acto que mezcla la devoción con la desfachatez, dos emprendedores de la fe —Carlos Arturo “N” y Cinthia Yadira “N”— decidieron que el milagro de la multiplicación no era solo para panes y peces, sino también para billetes. Con la sagacidad de un telepredicador y la ética de un usurero, ofrecieron a 37 incautos un viaje celestial a la Basílica de Guadalupe, con escalas en Cuernavaca y Puebla, aunque el único destino real fue el vacío de sus cuentas bancarias.

La Fiscalía de Sonora, en un arrebato de eficacia poco común, descubrió que los acusados habían creado una agencia de viajes tan etérea como el Espíritu Santo. Los depósitos, claro está, no se evaporaron hacia reservaciones divinas, sino que se materializaron en gastos terrenales. Cuando las víctimas, cual apóstoles desencantados, exigieron respuestas, los estafadores les mostraron itinerarios más falsos que las reliquias de un mercachifle medieval.

Al final, la justicia —esa entelequia en la que algunos aún creen— logró detener a los profetas del fraude. Ahora enfrentarán un juicio donde, irónicamente, tendrán que rezar para que el sistema legal sea más clemente que sus propias víctimas. Mientras tanto, la Fiscalía reitera su compromiso de perseguir el delito, siempre y cuando no interfiera con la siesta burocrática.

Moraleja: en el reino de los crédulos, el estafador es rey. Y si el viaje a la fe parece demasiado barato, probablemente sea porque el infierno no cobra peaje.