La vaquería donde los borrachos dirigieron la orquesta a golpes

En un giro argumental que ni el más audaz folclorista hubiera imaginado, la fiesta patronal de Uayma, Yucatán, se transformó en un ensayo general del apocalipsis etílico. Lo que comenzó como un homenaje al santo patrono —quien, sospechamos, pidió el traslado celestial esa noche— derivó en una coreografía de puños y sillas voladoras, con la orquesta como víctima propiciatoria de espectadores que confundieron “¡otra!” con una declaración de guerra.

Según testigos, la seguridad municipal brilló por su ausencia, como suele ocurrir cuando más se necesita, dejando que los ánimos se caldearan más que el cochinita pibil. Los músicos, expertos en sincronizar notas pero no en esquivar proyectiles humanos, denunciaron la lógica perversa de organizar eventos multitudinarios con la supervisión de un cartel de “Se ruega no matarse”.

El video del altercado —próximamente en el canal Riñas & Tradiciones— muestra a ciudadanos ejerciendo su “derecho al espectáculo”: hombres sudorosos intercambiando afectos a golpes, mientras la policía, en un arranque de realismo mágico, recibió su propia dosis de medicina populista: golpes y asientos vacíos como metáfora de su autoridad.

El Ayuntamiento, fiel a su tradición de comunicados invisibles, aún no explica cómo una celebración religiosa se convirtió en combate libre con olor a chicharra. Los habitantes, entre indignados y resignados, cuestionan si el próximo año incluirán un curso de autodefensa sacra entre las actividades patronales.

Moraleja: en Uayma, la fe mueve montañas, pero el alcohol mueve puños. Y las sillas.