Un niño de 11 años es víctima colateral de la guerra entre cárteles en Sonora

HERMOSILLO, Son. — En un giro tragicómico de la “paz” que prometen las autoridades, un niño de 11 años recibió su bautizo balístico en la colonia Urbi Villa del Cedro, donde las balas parecen llover más que el agua en temporada de sequía. El menor, cuyo único crimen fue vivir en México, resultó con un “rozón” (término técnico para “casi lo matan”) mientras dormía, en lo que las Fiscalía General de Justicia describe como un “incidente aislado”… número 3,782 este año.

El ataque, ejecutado con la precisión de un elefante en una cacharrería a las 3:25 a.m., dejó una bala perdida (¿o encontrada?) en la pierna del niño. Afortunadamente, según el parte médico, la herida “no pone en riesgo su vida”, solo su inocencia, su tranquilidad y su fe en que los adultos saben lo que hacen.

El padrastro del menor, Mario Guadalupe “N” (la “N” claramente significa “Narco”, “Negligente” o “Nunca me imaginé que pasaría esto”), acompañó al niño al hospital junto a su madre. Curiosamente, las autoridades sospechan que el ataque podría estar relacionado con el “entorno criminógeno” del hogar. ¡Vaya hallazgo! Como si los tiroteos fueran una tradición local, como las posadas pero con más plomo y menos piñatas.

Mientras la FGJE recolecta “testimonios” (léase: vecinos que ya ni se inmutan) y “dictámenes balísticos” (para determinar si las balas eran de calibre “asesino” o “asesino premium”), prometen “garantizar el bienestar del menor”. Lo que no aclaran es si se refieren a su bienestar físico o a cómo explicarle que su país gasta más en balas que en libros de texto.

Este episodio, digno de un reality show macabro titulado México: Tierra de Valientes (o de imprudentes), confirma que aquí hasta los sueños de los niños pueden ser interrumpidos por el sonido de cuernos de chivos… pero no los musicales.