Belinda declara su amor por los Yankees en un acto de patriotismo deportivo dudoso

En un giro conmovedor para la geopolítica del entretenimiento, las Grandes Ligas alcanzaron hoy su cénit cultural cuando Belinda, sumo sacerdotisa del reguetón romántico, descendió cual deidad olímpica al Yankee Stadium. Su misión: fingir comprensión del strike zone mientras posaba con una gorra de los Yankees que seguramente le regalaron en la entrada.

El templo del béisbol, habituado a idolatrar a jugadores con estadísticas reales, se rindió ante la única estadística que importa hoy: 1.8 millones de likes. La intérprete de “Egoísta” (título que ahora parece autobiográfico) demostró su compromiso con el equipo luciendo una camisola tan prístina que hasta los árbitros dudaron si era mercancía pirata.

En un momento que redefine el concepto de “afición“, Belinda compartió selfies con Jonathan Aranda, pelotero de los Rays que, en un acto de supervivencia laboral, sonrió como si no supiera que su salario anual equivale al catering del afterparty de la cantante.

Las redes estallaron cuando la diva confesó vivir su primer juego (¿y último?), demostrando que el béisbol es como el tequila: solo se disfruta cuando alguien más paga el palco VIP. Los seguidores de la novena, emocionados, olvidaron por un día que su equipo lleva décadas comprando campeonatos, porque nada une más que una celebridad descubriendo que los jonrones no son una marca de zapatos.