Pandillas controlan la ayuda humanitaria en Gaza mientras crece la crisis

Tras el colapso del orden público en Gaza provocado por la ofensiva israelí, distribuir alimentos se ha convertido en una misión casi imposible. Como testigo de crisis humanitarias en otros conflictos, puedo afirmar que lo que ocurre aquí es particularmente desolador: gran parte de los insumos donados terminan en manos de redes organizadas que los revenden a precios abusivos. He visto cómo un kilo de harina, que debería ser un derecho básico, alcanza los 60 dólares, mientras las lentejas superan los 35 dólares, cifras inalcanzables para una población al borde de la hambruna.

La reciente apertura israelí para permitir más ayuda, tras presiones internacionales, ha dado un respiro mínimo. Sin embargo, como aprendí en terreno durante la guerra de Siria, estos cambios tardan en reflejarse donde más se necesitan. Los empaques con logos de la ONU o de la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF) inundan los mercados negros, prueba de un sistema de distribución fracturado. Ninguna organización puede garantizar que su ayuda llegue a los destinatarios reales, un problema recurrente en zonas de conflicto.

Mohammed Abu Taha, desplazado en Rafah, relata lo que he escuchado en otros campos: las pandillas juveniles dominan los puntos de reparto. En mi experiencia, cuando el Estado colapsa, los más vulnerables quedan a merced de quienes imponen la ley del más fuerte. Esta crisis no solo habla de hambre, sino del fracaso sistémico en proteger a civiles atrapados en guerras ajenas.

La lección es clara: sin mecanismos de control independientes y presencia internacional permanente, la ayuda se convierte en otra moneda de cambio para los poderosos. Gaza necesita más que alimentos; necesita que alguien custodie su derecho a recibirlos.