En un giro tan inesperado como un pit stop fallido, el universo deportivo se prepara para presenciar cómo Pato O’Ward, el astro mexicano de la IndyCar, intentará no lanzar una bola a las gradas en el Globe Life Field. El piloto regio, más acostumbrado a esquivar muros a 300 km/h que a lanzamientos certeros, protagonizará este ritual beisbolero que demuestra cómo el marketing deportivo puede unir disciplinas tan dispares como un choque en la curva 4.
La ceremonia, programada para el tercer encuentro entre los Rangers y los Yankees, sirve como preámbulo absurdo al Gran Premio de Arlington: un circuito callejero que serpenteará entre el coloso de los Cowboys y el estadio donde, irónicamente, O’Ward demostrará si su brazo es tan preciso como su volante. “Emocionado de volver a Texas”, declaró el piloto, omitiendo mencionar si practicó lanzamientos o simplemente confía en que, como en las carreras, lo importante es llegar a la meta (o en este caso, al guante del catcher).
Mientras los puristas del béisbol se rasgan las vestiduras ante este crossover deportivo, los organizadores frotan las manos: el mismo día del lanzamiento, saldrán a la venta los boletos para la carrera. Una sincronización tan calculada como un adelantamiento en la última vuelta, demostrando que en el deporte moderno, lo que realmente importa es el espectáculo… aunque la bola termine en la dugout.
¿Será este el inicio de una nueva era donde los pilotos sustituyan a los lanzadores en los juegos importantes? ¿Veremos a Max Verstappen bateando en el Clásico de Invierno? El circo mediático-deportivo no conoce límites, y Texas, como siempre, hace todo más grande… incluso las contradicciones.
