La violencia en espacios cerrados exige soluciones disruptivas

¿Qué pasaría si los ascensores tuvieran sensores biométricos que activaran protocolos de emergencia ante conductas violentas? El reciente ataque a una mujer española en Cuajimalpa no es solo un caso aislado: es un síntoma de un diseño urbano que ignora la seguridad femenina. Mientras las autoridades guardan silencio, la tecnología y la arquitectura podrían ser nuestros aliados invisibles.

El video difundido por el periodista Carlos Jiménez muestra una cruda paradoja: espacios que deberían ser refugios se convierten en trampas. Cristina (nombre protegido) no solo enfrentó golpes y patadas, sino un sistema lento que prioriza la reacción sobre la prevención. Inspirémonos en ciudades como Tokio, donde los vagones del metro tienen zonas exclusivas con iluminación de emergencia y alertas silenciosas.

La innovación radical propone transformar los protocolos pasivos en sistemas proactivos. Imagine ascensores con inteligencia artificial capaz de detectar tonos de voz alterados y enviar alertas geolocalizadas a patrullas cercanas. O edificios con “ángeles guardianes digitales”: vecinos verificados que reciben notificaciones en tiempo real para intervenir colectivamente.

Mientras Cristina se recupera con apoyo de la Cruz Roja Mexicana, su caso debería impulsar un movimiento de diseño urbano feminista. No basta con condenar la violencia; hay que reprogramar nuestros espacios para que la disuadan. La Fiscalía de la CDMX tiene ante sí no solo un proceso legal, sino la oportunidad de pilotear soluciones que conviertan cada rincón de la ciudad en un territorio hostil para los agresores.

Las verdaderas ciudades del futuro no tendrán más policías, sino más arquitectura empática. La pregunta disruptiva es: ¿Cómo rediseñamos lo cotidiano para que la violencia sea tecnológica, social y espacialmente imposible?