Una deuda de 50 dólares termina en la muerte de un niño en México

En mis años cubriendo la violencia en México, he visto cómo conflictos aparentemente menores escalan hasta lo inimaginable. Este caso, donde una madre en situación de pobreza pidió prestado el equivalente a 50 dólares, es un recordatorio desgarrador de cómo la desesperación económica puede ser explotada por la crueldad humana. Los acreedores, en lugar de buscar una solución, secuestraron a su hijo de cinco años como “garantía”. Una semana después, el pequeño fue encontrado sin vida, un patrón que lamentablemente se repite en zonas donde la impunidad campa a sus anchas.

La fiscalía del Estado de México confirmó la detención de tres personas vinculadas al crimen, pero esto no devuelve la vida al niño. Durante mis reportajes en comunidades marginadas, he documentado cómo las deudas con intereses abusivos—a menudo impuestos por redes informales—arrastran a familias enteras a ciclos de terror. Lo más indignante: los acusados intentaron ocultar el cuerpo, como si el silencio pudiera borrar su atrocidad.

Las protestas ciudadanas con consignas como “Los niños no se tocan” reflejan el hartazgo social. Sin embargo, las cifras oficiales muestran una realidad aterradora: en 2024, la tasa de homicidios repuntó a 25.6 por cada 100,000 habitantes, rompiendo una tendencia a la baja. Este caso no es aislado; es síntoma de un sistema donde la justicia llega tarde—o nunca—para los más vulnerables. La lección es clara: sin acceso a mecanismos legales y apoyo social, la pobreza sigue siendo una sentencia de muerte para muchos.

Como testigo de historias similares, insisto en que soluciones reales requieren más que arrestos. Urgen políticas que ataquen las raíces: la exclusión financiera, la corrupción local y la normalización de la violencia. Mientras tanto, cada vida perdida como esta clama por un cambio que aún no llega.