En un audaz movimiento estratégico que hubiera enorgullecido a Napoleón, el Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro desplegó su arma más letal contra el diluvio universal: la marcha de seguridad. Sí, señores, esos temibles 20 km/h que paralizan cuatro líneas cuando el cielo decide llorar sobre la capital.
Las Líneas 5, 8, 9 y A fueron convertidas en pistas de entrenamiento para tortugas, donde los trenes avanzan con la premura de un trámite burocrático. “Es por su seguridad”, vociferó el organismo mientras los usuarios calculaban si llegarían a sus destinos antes de la próxima glaciación.
El domingo, las precipitaciones pluviales —ese fenómeno meteorológico desconocido en la CDMX— habían logrado lo imposible: suspender líneas completas. Hoy, la brillante contraofensiva consiste en que los vagones se arrastren cual empleado de gobierno a las 3 PM. Revolucionario.
Expertos en ironía urbana señalan que, si bien el Metro no resiste un aguacero, sí ostenta el récord mundial en eufemismos: llamar “medida preventiva” a la crónica incapacidad de diseñar sistemas que no colapsen ante el primer chaparrón.