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La épica invasión de chapulines que convirtió Durango en un buffet de frijol

Los saltamontes devoran el sustento de miles mientras el gobierno reparte soluciones químicas a cuentagotas.

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En el feudo norteño de Durango, donde los políticos miden su grandeza en hectáreas fumigadas, un ejército alado de seis patas ha declarado la guerra más democrática imaginable: devorar 6,000 hectáreas de cultivos sin distinguir colores partidistas. El secretario de Agricultura, Jesús López Morales, anunció con solemnidad digna de un parte de guerra que los insectos insurgentes avanzan imparablemente, aunque -atención al detalle- prefieren el frijol con sabor a subsidio.

Mientras los campesinos contemplan el apocalipsis entomológico, el gobierno estatal despliega su arsenal químico con la precisión de un reloj descompuesto: 350 dosis de LUCAMDA 70 CE (nombre que sugiere un exterminador de plagas intergalácticas) para proteger 700 hectáreas. “Es caro”, confiesa el secretario, revelando que el capitalismo agrícola no incluye descuentos para salvar cosechas. Irónicamente, el Programa de Sanidad Agroalimentaria reparte veneno con la misma generosidad con que un avaro reparte sonrisas.

La estrategia oficial consiste en vigilar cómo desaparece la comida antes de actuar. “Responderemos con celeridad burocrática“, promete López Morales, mientras los chapulines, mejor organizados que cualquier dependencia gubernamental, practican la redistribución de la riqueza vegetal directamente en sus estómagos. Queda la duda: ¿Será esta plaga una metáfora saltarina de cómo las instituciones devoran los recursos destinados a quienes cultivan la tierra?

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