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La ópera del crimen y los tenores del vuelo sin regreso

26 capos rumbo a EE.UU.: algunos cantarán, otros guardarán silencio. La justicia escribe su propia ópera.

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“Unos cantan… otros nunca abren la boca. La diferencia no siempre está en la culpa, sino en lo que saben… y a quién podrían señalar.”

La escena parece escrita por un libretista de ópera fronteriza: veintiséis “tenores” abordando un vuelo sin regreso, con destino marcado en el pasaporte invisible que va de México directo a un tribunal estadounidense. No viajaban en clase turista, sino en una muy especial: la de quienes hasta ayer dictaban órdenes … y hoy cargan la maleta de incertidumbre.

En la cabina, la presidenta Sheinbaum hizo de capitana y azafata al mismo tiempo, asegurando que el despegue fue “una decisión soberana” del Consejo Nacional de Seguridad. No por presión de Washington —dice—, sino por la seguridad de México. Sin embargo, reconoció que algunos boletos ya estaban emitidos con la etiqueta “extradición solicitada”, y otros simplemente abordaron por cortesía de la diplomacia del “mejor que lo juzguen allá”.

La imagen es de película: en la fila uno, el que antes controlaba territorios; en la dos, el que manejaba nóminas de sicarios; en la tres, el que se creía intocable porque tenía padrinos con credencial dorada. Hoy, todos con la garganta lista para cantar si el fiscal les ofrece un descuento en la condena. Porque cuando se apaga la luz de la celda y se prende la del estrado, hay quienes entonan hasta canciones que no conocen.

Y aquí es donde el contraste se vuelve histórico: todavía quedan capos de otra escuela que se tragaron el libreto entero sin soltar una sola nota. El ejemplo más icónico: Juan García Ábrego, que en los 90 eligió el silencio como estrategia y lleva tres décadas cumpliendo condena sin coro, sin aria y sin bis. Su mutismo es tan pesado que ya parece parte del mobiliario carcelario.

Mientras tanto, estos 26 nuevos “Pavarottis” viajan dispuestos a soltar estrofas que podrían hundir a viejos socios, abrir el telón de negocios ocultos y hacer sudar a más de uno que juraba no estar en el reparto. La función será en inglés, pero los aplausos —o las condenas— se escucharán fuerte en español.

Porque en esta ópera del crimen hay dos tipos de artistas: los que venden el alma por reducir la sentencia… y los que la entierran junto con la verdad. Y el público, nosotros, seguimos pagando por ver cómo en cada acto cambian los cantantes… pero la música, esa, siempre suena igual.

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