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Nacional

El circo legislativo donde los aplausos disfrazan la realidad

Un informe legislativo se convierte en escenario de autobombo mientras la pobreza se maquilla con discursos.

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En un espectáculo digno del mejor teatro de variedades, la antigua Casona de Xicoténcatl se convirtió en el escenario donde los magos de la palabrería política transformaron estadísticas en oro retórico. La senadora Olga Sosa, experta en el arte de aplaudir con las orejas, no escatimó elogios hacia el gran maestro de ceremonias, Gerardo Fernández Noroña, cuyo informe de actividades brilló por su ausencia de autocrítica y su abundancia de autocelebración.

Entre canapés y sonrisas fotogénicas, los ilustres asistentes —desde la siempre entusiasta Elena Poniatowska hasta los representantes del empresariado que casualmente olvidaron sus quejas sobre el clima económico— festejaron las 16 reformas constitucionales aprobadas, como si lanzar papelitos al aire bastara para tapar los baches de las calles o los huecos en la justicia. “¡Democratizamos el poder judicial!”, gritaron, mientras los jueces seguían cobrando sobresueldos bajo la mesa.

La senadora Sosa, en un arrebato de realismo mágico, anunció que 13.4 millones de mexicanos habían escapado de la pobreza gracias al aumento del salario mínimo —que aún no alcanza para comprar un kilo de tortillas sin endeudarse— y a los programas sociales, esos mismos que reparten migajas con una mano y recortan derechos laborales con la otra. “El modelo funciona”, declaró, omitiendo mencionar que “funciona” como funciona un elefante en una cristalería: con estruendo y consecuencias imprevisibles.

El colmo llegó cuando compararon a la presidenta Sheinbaum con un “ejemplo a seguir”, olvidando que en México los ejemplos suelen ser como los billetes de lotería: todos hablan de ellos, pero nadie los ha visto. Entre discursos sobre “dignificar la vida” y “blindar avances”, nadie preguntó por qué el país sigue exportando pobres mientras importa discursos. Quizá la próxima reforma debería prohibir la realidad para que no arruine los bonitos informes.

Y así, entre risas, selfis y palmaditas en la espalda, la clase política demostró una vez más su talento para convertir el Senado en un reality show donde el único premio es seguir creyéndose sus propios guiones.

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