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La medalla de oro que no pudo vencer a los fantasmas del Chatón Enríquez

El exfutbolista revela su batalla contra los demonios personales tras la gloria deportiva.

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En el circo romano del fútbol moderno, donde los gladiadores de botines son adorados hasta que dejan de anotar goles, solo 18 mexicanos han alcanzado el Olimpo de una medalla de oro. Pero he aquí la tragicomedia: ni siquiera el metal más brillante puede blindar el alma contra los demonios de la fama.

Entre ellos está Jorge “El Chatón” Enríquez, quien descubrió que la euforia de los estadios es tan efímera como un penalty errado. A los 34 años, este exgladiador confesó haber librado una batalla mucho más cruel que cualquier clásico nacional: tres rondas de ruleta rusa emocional, donde el rival era su propio cerebro.

En un giro digno de telenovela moralista, el otrora ídolo apareció en un podcast con barba de ermitaño y melena de filósofo estoico, revelando cómo el deporte rey lo coronó… rey del abismo. “Caí en las redes más oscuras del fútbol“, confesó, en lo que podría ser el título de un manual no autorizado de la FIFA sobre el lado B de los vestuarios.

El relato escaló como un autogol existencial: “Depresiones que me llevaron casi a la muerte”, “alcoholismo como terapia rápida”, “drogas como suplemento alimenticio”. Tres rehabilitaciones después (número mágico donde los fracasos se convierten en eslogan motivacional), el Chatón hizo el mejor gol de su vida: patear el tablero del autosabotaje.

Hoy, con 360 días limpio, Enríquez protagoniza el spin-off que nadie esperaba: “De cómo un hombre aprendió que levantar copas es menos difícil que levantarse a sí mismo”. Su nuevo trofeo: recuperar la cordura en una industria que premia la locura controlada de los cracks. Ironías del destino: el mismo sistema que lo encumbró ahora usa su historia como bandera de salud mental. ¿Rehabilitación personal o circo mediático? El partido sigue en penales.

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