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El fútbol femenino rompe barreras en las cumbres de Pakistán

Dos hermanas desafían tradiciones en las montañas de Pakistán usando el fútbol como herramienta de transformación social.

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Hay proyectos que te persiguen hasta que los abrazas. Mi tercera visita a Pakistán no fue casualidad: era el final de un viaje que comenzó años atrás fotografiando mineros en el Karakórum. Aquellas imágenes, publicadas en El País Semanal, capturaban más que piedras preciosas; eran un reflejo de la resiliencia humana a 5,000 metros de altura. Pero fue en Lahore, mientras documentaba conflictos por “dinero de sangre”, donde entendí que las verdaderas joyas de este país eran sus jóvenes activistas, especialmente esas chicas que desafían lo establecido con un balón como arma.

La Gilgit-Baltistan Girls Football League no es un simple torneo. Karishma y Sumaira, sus fundadoras, crearon algo revolucionario en el valle de Hunza, donde las montañas superan los 6,000 metros. Recuerdo su historia con claridad: emigraron a Lahore de niñas, descubrieron el fútbol y enfrentaron acoso por jugar en shorts. En lugar de rendirse, regresaron para enseñar a otras que el deporte es sinónimo de autonomía. Como me dijo Nabila, la capitana del equipo: “Aquí cada gol es un paso hacia la universidad y lejos de los matrimonios forzados”.

Los wakhis, su comunidad ismaelita, llevan generaciones en estas cumbres. Su islam, guiado por el Aga Khan, valora la educación femenina, pero incluso así, el camino no es fácil. Pasé dos años coordinando por Zoom antes de viajar. Filmamos durante 17 días intensos, desde Chipurson —un pueblo tan remoto que su equipo viajaba 30 horas para competir— hasta los campos donde estas jugadoras entrenan con la determinación de quien sabe que está cambiando las reglas. El resultado, Girls Move Mountains, no es solo un documental premiado: es un testimonio de cómo el deporte puede ser la palanca que mueve montañas literales y metafóricas.

Hoy, cuando veo las fotos publicadas en el Financial Times o los premios del filme, pienso en el padre de Nabila, un fotógrafo que sobrevivió a los talibanes y cocinaba mientras soñaba con ver a su hija en la universidad. Esa es la verdadera victoria: no los titulares, sino la semilla que estas hermanas plantaron donde nadie creía que pudiera crecer nada.

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