El reinado de Rahm y otras farsas del golf millonario

En un giro que solo la LIV Golf —esa liga donde los cheques ganan más torneos que los jugadores— podía ofrecer, Jon Rahm defendió su “título de puntos estacional” con la elegancia de un burócrata: acumulando participaciones como si fueran sellos de supermercado. Su proeza culminó con un 11 bajo par 60… seguido de una derrota en el primer hoyo de desempate contra Sebastián Muñoz, quien días antes había inventado el 59 con doble bogey, una fórmula matemática tan creíble como la contabilidad de estos circuitos.

Mientras tanto, Joaquín Niemann —cinco veces ganador esta temporada— observaba desde el cuarto puesto, confirmando que en este sindicato de lujo, los méritos deportivos son como los discursos políticos: decorativos pero irrelevantes. Para colmo, el equipo Torque GC rompió el “récord histórico” de la LIV (64 bajo par), cifra que huele a truco contable, como cuando un gobierno anuncia crecimiento económico mientras la gente come cartón.

El acto final lo protagonizaron Ian Poulter y Henrik Stenson, dos veteranos cuyo drama por evitar el descenso parecía un reality show: Stenson falló un putt de 20 pies que habría salvado su puesto… y condenado a Poulter. Una metáfora perfecta del capitalismo moderno: el que no corre, vuela, aunque sea hacia el olvido.

Así, entre récords inflados y campeones sin victorias, la LIV Golf consolida su modelo: un circo donde los tigres son de papel, los trofeos se negocian en efectivo y el único hoyo que importa es el del banco.