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Columna Desde La de Banqueta

El frío no estaba en Alaska, estaba en la mesa.

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“Lo llamaron cumbre histórica, pero desde la banqueta parecía venta nocturna: Putin ofertando territorios y Trump pidiendo descuento en el gas.”

Desde la banqueta invisible de Anchorage vi lo que las cámaras nunca grabaron. Trump y Putin se dieron la mano frente a los reflectores, pero lo que importaba comenzó cuando las luces se apagaron y el murmullo se volvió cuchillo. No hablaban de paz, hablaban de tiempos. Congelar la guerra en Ucrania no para salvar vidas, sino para salvar elecciones. Trump necesita precios bajos en el gas para que sus votantes no se le congelen en casa, y Putin necesita que el invierno le regale tiempo para rearmarse.

El mapa sobre la mesa no tenía fronteras dibujadas, tenía precios: petróleo saudí, gas europeo, Siria como ficha de cambio. No discutían quién gana, sino a quién le toca perder. En ese trueque disfrazado de diálogo histórico se acomodaban piezas que huelen más a Wall Street que a Kiev.

El guiño final fue el más helado: Putin invitando a Trump a Moscú. No sonó a cortesía, sonó a reto. Trump rió, esa risa de vendedor que sabe que la oferta es peligrosa pero tentadora. Y en esa carcajada quedó claro que la “cumbre” fue apenas el ensayo de un pacto en la sombra.

Lo dibujé en mi cabeza como caricatura: dos lobos viejos jugando ajedrez sobre un tablero de hielo, las piezas son oleoductos y drones, y cada movimiento derrumba banderas en silencio. Afuera, la prensa repite que fue “histórico”. Y desde la banqueta, uno entiende la ironía: cuando los poderosos sonríen tanto, es porque ya encontraron a quién pasarle la factura.

La pregunta es: ¿quién va a pagarla primero… Ucrania, la gasolina de tu coche, o el silencio de todos nosotros?

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